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Por una visita, una sonrisa.

11/3/13

Se dieron las siete de la mañana en las adoquinadas y enredosas calles londinenses. Las campanas asustaban a las palomas quienes se echaban a volar recorriendo cada rincón de la ciudad, curioseando en los callejones. El sol ya había salido tras las negras nubes, y con él, la gente empezaba a moverse. En las grandes mansiones, el servicio ya había empezado a trabajar, mientras que en las casas más modestas, madres despertaban a sus niños para darles el desayuno. Las quitanieves estaban en marcha; pero era un poco inútil, ya que había empezado a nevar de nuevo. Delicados copos de nieve iban salpicando las calles, caían desde el cielo como una danza lenta y pasional. Si escuchabas atentamente podías oír como la música de algún artista callejero marcaba el paso de los copos como un director que dirige a su orquesta. Pero las vistas me aburrían por lo que volví la cara dentro de un cuarto. Un cuarto en el que no ocurría nada, pero a la vez ocurría de todo. Allí, la temperatura rozaban los veinte grados. Había una muchacha, bastante guapa, sentada en una silla de madera vieja. Tenía unas fracciones frágiles y unos ojos verdes bañados por el dolor. Su aguada mirada estaba perdida en la cama. El bulto que constituía el cuerpo de un chico de apenas unos veintipocos años, se revolvió dentro de ella. No estaba muy escondido. Abrazaba la almohada como si no quisiera desprenderse de un sueño. Su cara, enterrada, absorvía con su respiración los restos del perfume de ella. Su espalda musculosa y bien formada miraba hacia el techo. Solo yo pude fijarme en cómo se desprendían de su piel tiernos recuerdos llenos de amor y pasión. Como si se tratase de agua que se evapora y se pierde en el aire que respiramos. Solo que estos recuerdos volaban hasta la chica y desaparecían bajo su piel, aumentando por momentos las lágrimas en sus ojos. 

El estrepitoso repiqueteo de las campanas llegó al oído de la chica. Y de repente ella despertó de su sueño.  Debía irse. Se levantó y se dirigió a un pequeño baño al fondo del cuarto. Al entrar, se encontró de lleno con un largo y gigante espejo. En él, se reflejaba hasta la cintura, y lo que vio, no le gustó. El paso de la noche, y de las diferentes emociones habían hecho mella en su cara. Estaba cansada y agarrotada. Tenía la cara desgastada y grandes ojeras. Pero, no tenía sueño. Sino cansancio. Ganas de estar en un sillón viendo la tele acurrucado con él. Ganas de ducharse con agua caliente, cambiarse de ropa y meterse en la cama junto a él. Quizás porque aunque no lo demostrara, él era la mayor parte de mí, y quería aprovechar cada segundo en su compañía.
Se mojó la cara en agua y se secó con la toalla. Luego sin más miradas al espejo, abandonó el baño, y se acercó a la cama. Se apoyó en la colcha, y a pesar de que ella no podía pesar más de 40 kilos, su cuerpo hizo que él se volviera a mover. Dejó asomar su cara. Sus párpados estaban cerrados y forzados, y sus labios describían una mueca. Parecía frustrado. La chica, no pudo evitar sonreír, inclinar la cabeza y darle un suave beso en sus labios. Mientras, la expresión del chico se relajó y su boca sonrió ligeramente. Una suave lágrima de ella, había aterrizado en la mejilla del chico y  esto provocó que un suspiro recorriera el cuerpo de la chica y saliera por su boca. Luego se levantó de la cama, se ajustó el delicado vestido de franela rosa, se retocó el pelo, cogió su abrigo, y salió del lugar. Pero ella no sabía que su corazón estaba herido y que cuando más se alejara de él más sangre manaría de la herida, y así ella, a pesar de lo que le dolía el alma al tener que abandonarle, se marchó dejando un rastro de sangre sobre la nieve.


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