Eran las doce del mediodía y seguía sin tener noticias de ella. Sentado en la cama consumía su temor y ansiedad a base de cigarrillos que a la misma vez que le tranquilizaban y sanaban su mente, generaban en él una dependencia que a largo plazo acabaría con su cuerpo. Y es así. Prefería morir a no volverla a ver. Le había prometido que lo dejaría, pero al igual que las otras miles de promesas que le hizo, se esfumaron entre los cristales empañados y el frío del invierno. Ahora, era pleno febrero, y los meses habían pasado tan despacio como la nicotina se adueñaba de su cerebro. La proximidad de San Valentín y la visión de su regalo bajo la cama le golpeaba la sien. Eran tantos recuerdos. Pero ese no era su peor problema. Se levantó de la cama y miró por decimoquinta vez su móvil. Ningún mensaje ni llamada de ella. Se asomó al balcón y perdió su mirada entre la ciudad que se levantaba bajo él. ¿Dónde estaría ella ahora? ¿Qué estaría haciendo? Y sin darse cuenta, se vio haciéndose las mismas preguntas que ella se hacía día tras día, desvelada en su cama. Él y sus líos de una noche. Ella y sus noches hecha un lío. Y así se repetía el cuento, día tras día, semana tras semana y mes tras mes, hasta que ella puso punto y final a la historia, y decidió anteponerse a todo lo que había creado junto a él. A su vida, y a sus trabes. Y ahora, él se atormenta. Se traga su estupidez y su orgullo y deja que la piel le recuerde sus besos, mientras desahoga su rabia a base de lágrimas. Había sido tan estúpido...Había destruido todo cuanto tenía, incluso la parte de su corazón que ella, tan inconscientemente le dejó, sin preocuparse si algún día la rompería. Porque ella confiaba en él, y él le traicionó.
La quemazón en el labio, le advertía que el cigarro llegaba a su fin, y al igual que sus esperanzas, dejó que se apagaran en el cenicero. Y entonces pensó; si era joven, atractivo, rico y a pesar de haber tenido un montón de chicas a su alrededor, la había elegido a ella, ¿por qué ella se resistía a volver? Desbloqueó el móvil y le volvió a mandar un mensaje con ese mismo pensamiento. Esta vez, ella no tardó en responder. Su mensaje pudo haber sido más alto pero no más claro:
"¿De qué me sirve todo eso?
¿De qué me sirve que hayas salido con montones, si no has conseguido mantener a ninguna a tu lado?"
Ese mensaje se le clavó en el pecho y atravesó su corazón con una herida limpia y profunda. Se desangró de verdades; y entonces se dio cuenta; estaba condenado a fracasar hasta que no cambiara. Comprendió que todavía estaba a tiempo de cambiar, a pesar de que a ella ya la había perdido totalmente. De repente, como si de una llave se tratase, ella le liberó. Y solo entonces, pudo admitir que esa historia había acabado y que el único culpable, había sido él.
Y es que, el que juega con fuego, siempre se termina quemando.
Fotografía de: We Heart It.
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