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Por una visita, una sonrisa.

27/1/13

Siempre hay un tiempo para marchar aunque no haya sitio a donde ir.

Abrió el grifo y el agua salpicó su cuerpo y se deslizó por su largo cabello pelirrojo como si tratase de un río que desciende por una ladera. Por un momento dejó la mente en off y centró su atención en la sensación que le producía la calidez del agua investigando la superficie de su piel. Era reconfortante acudir a la ducha y pensar que los problemas, por unos segundos, podían perderse bajo el sumidero entre tuberías de metal. Pero esta vez era diferente. Acudía allí para deshacerse de todos su recuerdos, para comenzar una vida de cero. Se pasó las manos por el pelo empezando por la frente hasta la nuca. Parecía como si quisiera arrancarse los pensamientos de golpe. Quizás tuviera fé en ello. O quizás su obsesión por olvidar el pasado y el futuro terminase debilitando la línea entre la realidad y la ficción. Puede que su manía por vivir un presente frenético, le impulsara a sobrepasar los límites. Puede que solo necesitara dejarse llevar. 
En cuanto se hubo terminado de duchar, salió dispuesta a coger su toalla preferida. Esa toalla que le alegraba el día. Pero, por "x" motivo, la toalla no andaba por ahí. Nerviosa, miró en el cesto de la ropa sucia, en el mueble de ropa de baño, e incluso en su armario, pero todos los intentos fueron en vano. La toalla no aparecía. Cogió una toalla cualquiera, se anudó al pecho y se quiso recoger el pelo mojado en una traba. La traba violeta que le había regalado su madre y que tan importante era para ella. Pero, por cualquier razón, la traba tampoco estaba. Frustrada, se cabreó consigo misma, a pesar de no entender exactamente por qué. Si tras sus ojos de humana, el presente no fuera tan efímero, podría haber captado como las olas de vapor que volaban a través del aire, adoptaban lentamente la forma de unas joviales muchachas que bromeaban tranquilas sobre la impaciencia mundana y los cursos del destino. Tras haberse hecho una ligera trenza, se miró al espejo. Si bien la que estaba en el espejo no era su reflejo, al menos era una persona de sus rasgos y características pero con apariencia totalmente diferente. En él, se mostraba a una bella mujer pelirroja de apenas veinte años, tez pálida y rasgos suaves con unos ojos verdes pistachos grandes y unos finos labios de fresas. En cambio, en la realidad, su apariencia era mucho peor. Aparentaba tener treinta y largos, algunos le echaban cuarenta, con la piel marcada de errores cometidos y con unos profundos ojos ahumados. Sus finos e inocentes rasgos que antes habían comportado una silueta perfecta, ahora se veían escondidos tras una pequeña capa de grasa. 
Lo curioso, fue que no huyó de su espejismo. No se lamentó ni se decepcionó. Simplemente levantó la vista y miró fijamente a su alter ego del espejo. Esta, le dedicó una sonrisa triunfadora, pero a la vez tranquilizadora y de apoyo. No creyó como otras veces hubo hecho, que esa persona estuviera ya muerta; porque esa persona tiene nombre y apellidos. Clavó aún más los ojos en sí misma y de repente, recordó la toalla y la traba y entonces, lo entendió todo de golpe. 
No podía abandonar su pasado de golpe. Tenía que empezar por la rutina. Y poco a poco, se fue olvidando de esas pequeñas cosas que eran tan influyente en su vida, que sin ellas, su día no marchaba bien. 

Siempre hay un tiempo para marchar aunque no haya sitio a donde ir.


Fotografía: We heart it

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