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Por una visita, una sonrisa.

17/7/12

Sus rizos morenos, se perdieron entre los árboles.

No era una noche como otra cualquiera. En medio de la nada, y perdido en algún rincón del mundo; existía un lugar tan misterioso y remoto como el fin del universo. Una selva de emociones, de aventuras, de sangre, de dolor, de felicidad y de lágrimas. Esa noche, todo estaba tranquilo y en perfecta armonía...o al menos, eso parecía. Como éramos ajenos a ese lugar no podíamos notar la magia estremecedora del sitio. Y menos el olor a tensión, miedo y curiosidad que había en el aire. Pero ella si que podía notarlo. Aún así, habían trucos para ver a la selva tal y como era. Si cerrabas los ojos y te dejabas llevar por tu oídos, podías escuchar como la selva respiraba agitada, nerviosa. Porque la selva estaba viva y esperaba inquieta. También, si atendías a lo que había más allá de lo que tus ojos podían ver; conseguías distinguir a una chica en una ventana. Ojos oscuros, muy oscuros y mirada altiva. Si prestabas atención, a la imagen de esa chica le precedía el sonido de su corazón que se oía desde kilómetros; acelerado, intentando ocultar el miedo y la obsesión que sentía por ese lugar. El mismo corazón que le pedía constantemente que se lanzara y desapareciera en la selva. Si respirabas hondo, el olor del deseo te llenaba. Fragancia maldita que te atraía. También, podías hacerle caso a tus labios y notar el sabor de la adrenalina que se apoderaba por segundos del ambiente. Y por último, el tacto permitía notar el corte que la tensión ejercía sobre tu piel. 
La selva estaba dividida en dos bandos que no tardarían en ser uno. Por un lado estaban ellos. Los animales de mirada expectante, movimientos cautelosos y mente inquieta. A ese lugar le pertenecía su corazón y su cuerpo. Mientras que su mente prefería el otro bando; el de la seguridad de su cuarto y el calor de su cama. Aunque, según ella, era superior a todo eso. Podría aguantar días y meses sin mirarla. Porque ella creía que tenía el control de la situación. Pero se equivocaba; porque la selva era como el veneno. Se le había metido por el cuerpo, hasta la sangre, dispuesto a contagiarlo todo. Pero nadie era superior a la selva.
Al final su cuerpo y su corazón ganaron la batalla y como si de una muñeca de trapo se tratase; la llevaron a la selva. Los arboles crujieron y todos los animales se mostraron ofensivos. Las serpientes sisearon. Los pumas se agazaparon. Los lobos aullaron. Las arañas chasquearon sus pinzas. Los monos se balancearon. Los tigres mostraron sus dientes... 
Y la selva rió.
Por fin, ella era suya.




Nota de la autora:
Hecho, en referencia a las drogas.

3 comentarios: