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Por una visita, una sonrisa.

17/8/14

El sol quemaba las piedras, sin embargo, una ligera brisa conseguía apaciguar el calor. La arena negra se filtraba entre montones de pequeñas rocas. Resplandecía el cielo con un azul celeste hermoso, contrastando en el horizonte con el azul oscuro del mar. Era de esos lugares que te hacen plantearte si quieres abandonarlo todo y permanecer allí para siempre.
Estabas enrollada en la toalla sentada sobre una piedra, con el pelo rubio suelto, cayendo como una catarata por tus hombros y tu espalda. Él estaba al lado tuyo, con su impecable rostro observando el mar acariciar la arena y con su cabello castaño envuelto en pequeñas gotas de agua.
Lo quieres tanto...Incluso así, callados y sin tocarse, te sentías bien, protegida. Estás segura que, aunque no supieras qué ocurriría en el futuro, él sería ese chico al que nunca olvidarías y que a pesar de todo siempre le querrías. Sin embargo de repente se sentiste vulnerable, como un pez que se deja llevar por la marea sin poder nadar a contracorriente. Había un sabor amargo en el aire, un olor ácido que predecía que algo malo ocurriría.
Entonces, el cielo dejó de ser tan azul y viste nubes donde antes no había, la bola anaranjada que constituía el sol disminuyó su brillo y el ruido de las olas golpeando (y no acariciando) las rocas te recordó que sólo era una melancólica y monótona escena más. El aire era espeso y cargado y al respirar te quemaba la garganta y la nariz. Pero no era el lugar el causante de todo aquello. Él simplemente era un observador de la situación. La culpable de que realmente te doliese hasta el alma era la eternidad. Sí, la eternidad. La imposible, única y simplemente fantástica eternidad que no existía. Era darte cuenta de que no podrías permanecer para siempre así, acurrucada en su hombro, hablando con él, besándole y sintiendo su cuerpo en conjunción con el tuyo. Era como abrir los ojos y saber que lo que está ocurriendo ahora ya es pasado. Era casi una necesidad. Te sentiste vulnerable porque no podías conservarle eternamente. No había religión que pudiese explicar eso, ni medicamento capaz de apaciguar el sentimiento. Él era tu morfina, tu mejor droga, y como tales era tu bien y tu mal.


Pero eso no era lo único que ocurría.
También era una despedida anticipada. Un muy dolorosa despedida.

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