Después de tanto tiempo vuelvo al mismo sitio, a la misma hora. La misma época y el mismo tiempo, pero meses después. Vuelvo al lugar donde todo empezó por primera vez. Respiro el mismo ambiente veraniego y noto el mismo calor agradable. Siento los mismos nervios; aunque ya, sin sentido. Todo es igual y a la vez, diferente. Falta algo. Lo esencial. Refresco mi mente con recuerdos de aquel día, y me doy cuenta de lo que falla. Tú, ya no estás. Los besos robados vuelven a mis labios, y los abrazos sorpresas ya no me asustan. Y después de todo, tu presencia sigue ahí. Tu olor en el aire, tu sonrisa en el brillante sol, tus ojos en el azul del mar y tu piel en el tacto de la arena mojada bajo mis pies. Dejaste tu huella tanto en mí como en el lugar, y ninguno de los dos pudimos olvidarte. Pero, a pesar de que recuerdo el sabor de tus besos y la picardía de tu voz como si fuera ayer; no me duele oir tu nombre. Porque ya no te quiero, no te extraño. ¿Y cómo lo sé? Pues porque no te busco por las noches en la cama. Porque no tengo necesidad de mentir cuando sonrío. Y sobre todo, porque mi corazón supo como expulsarte de él sin romperse. No tuve que olvidarte. De hecho, no consiste en olvidar, sino en recordar sin que duela.
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