Me preguntaba qué había dejado de esa faceta de hombre duro. Me pregunté que escondería detrás de ese escudo de Capitán América. Soñé con conocer su secreto. Mi única preocupación, era conocerle. Nos hicimos amigos por casualidad, aunque la curiosidad siempre vagó por mis tripas. La misma curiosidad que la que mató al gato. Conocí quien realmente era, a quien -por mi bien- no debía de conocer. Conocí el brillo de su mirada y la magia de sus sonrisas. Llegué a conocer el sabor de sus besos, y sus grandes ganas de amar. Pero bebí. Me emborraché de ilusiones y sueños, y terminé vomitando realidades. El problema, no era ni él ni yo, sino lo que había en medio. Invisible y fastidioso. Como si fueran dos polos iguales, que se repelen. La amistad. Porque éramos eso, amigos. Y ahora maldigo el día en que le conocí, y más aún el día que me di cuenta de todo lo que le quería, el día que le amé. Porque desde ese momento, desde esa fracción de segundo jamás le pude olvidar.
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