Harta de obedecer dejé atrás mis rutinas, me escapé de lo real. Observé irse a la niña pequeña y con ella todo lo que tenía. Experimenté cosas nuevas; sabores y sensaciones que jamás olvidaré. No me preocupé de los horarios, los relojes o las fechas. Dejé de ser una persona más en el mundo. No busqué más huecos para mí, ni aceptaciones. No necesitaba un lugar, ni siquiera a una persona que me esperara al final del día. No paré, no miré hacia atrás, ni siquiera eché de menos a quien era. Dejé de usar las etiquetas para definirme. Jugué a ser quien no era, a divertirme utilizando a los demás. Donde hubiera pelea o risas, allí estaba yo. Me llamaron las cosas más bonitas y más horribles del mundo, pero seguí hacia delante con una sonrisa de oreja a oreja. "¡Qué les den a los demás!" dije para mí. Porque el mundo había dejado de ser una cárcel,y se había convertido en mi patio de recreo particular.
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